Este domingo se han visto más camisetas rojas que nunca en el monte de Boadilla.

Este domingo la Gran Familia que forma el CLUB DE ATLETISMO DE BOADILLA ha rendido homenaje a nuestro querido compañero, A NUESTRO QUERIDO AMIGO JOSU.

Y lo ha hecho de la mejor manera posible, o al menos como estamos seguros de que a ti te hubiera gustado…corriendo y sonriendo por nuestro monte…subiendo por TU CUESTA, y finalizando en el árbol plantado en tu honor…en tu árbol…EN EL QUE PARA NOSOTROS SIEMPRE SERÁ EL ÁRBOL DEL JOSU.

Allí sencillamente nos hemos juntado todos, Aitziber y Markel incluidos, y escuchando las palabras de Ricardo…has vuelto a correr con nosotros.

Este domingo todas esas camisetas rojas iban por ti…

¡AUPA JOSU!

G.A.P.

El 30 de mayo de 2021 el Club de Atletismo Boadilla del Monte conmemoró el primer año de la pérdida brusca de uno de nuestros amigos, compañeros y socio del Club. El Presidente me pidió unas palabras para recordar este día, y con vuestro permiso voy a tomar ideas prestadas de muchos de vosotros, de palabras de Juan Castillo de alguna cena del club, de un sin fin de momentos entrañables de los Taraos recordando momentos compartidos con Josu. Y para poder expresar lo que un momento como este se merece me he atrevido a robar las palabras de una historia budista que he adaptado a este momento.

En una pequeña aldea de Asia llegó una radiante mañana de primavera un monje. Era un monje alto, bien proporcionado, atlético, hermoso, y con una mirada serena. Tras dar una corta vuelta entre las viviendas, el monje se dirigió al templo. En los siguientes años, el monje vivió en el templo, sin salir, sin relacionarse con la gente del pueblo. Con el paso de los años, meditando, se elevó hasta conseguir poco antes de morir la iluminación. Falleció con una mirada inexpresiva, parecía que el tiempo no había pasado a pesar de sus 86 años, seguía siendo atlético, sin ni una sola arruga, sin callos en las manos. A la mañana siguiente el monje fue incinerado, y al finalizar la ceremonia, quedó entre las cenizas el corazón. Un corazón perfecto, hermoso, inmaculado, como si fuera el corazón de un recién nacido.

Pasaron unos días, y llegó un nuevo monje a la aldea. Era un monje joven, con una sonrisa brillante, y una mirada viva. Tras pasear por el pueblo y visitar el templo, volvió a una pequeña y destartalada choza en la entrada de la aldea. Y tal como hizo Josu entre nosotros, con una inmensa generosidad, se ofreció para reparar la casa, para cuidar del enfermo del vecino, para acarrear los fardos de leña de una viuda, para consolar a la hija por la pérdida de su padre, para celebrar con alegría la boda de un par de jóvenes, para cuidar de los hijos de los que trabajaban en el campo. Con el paso del tiempo, aparecieron las arrugas por las lágrimas compartidas y las risas contagiosas, las cicatrices por trabajos arduos, y los callos en las manos por horas labrando el campo ajeno, y la curvatura en la espalda y las rodillas por el trabajo acumulado. El final llegó, y el monje murió otra vez a sus 86 años, diminuto, arrugado, y enjuto. Le incineraron, y arropado por las cenizas quedó en el fondo de la pira su corazón. Un corazón deforme, con innumerables cicatrices, con defectos profundos. Cada vez que compartió una pena, regaló un trozo de su corazón. Cada vez que se alegró de la felicidad de un ser amado, recibió un pedazo en contrapartida. Ese pequeño y deforme corazón era la suma de alegrías y la resta de penas, el resumen de su inmensa generosidad.

El compartir, el dar con generosidad infinita, la solidaridad, el vivir intensamente fueron virtudes que Josu compartió con nosotros, y que dejaron señal en nuestros corazones.

Espero y deseo que cuando alguien mire nuestros corazones, una vez ya no nos sean útiles, puedan reconocer un sinfín de cicatrices, y que una de ellas siga marcando el recuerdo de Josu.

¡Aupa Josu!

Félix Maimir

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